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jueves, 7 de marzo de 2019

Lugares con encantamiento

Atravieso el parque natural de las Batuecas. Dejo atrás La Peña de Francia, con su frío invernal y su cielo encumbrado, hermosamente azul y derramado como velos de tul sobre un horizonte ondulado y limpio. Desde allí arriba, el río serpentea como un trazo de plata que refulge entre los montes. La fuerza del viento es un aviso para quien se atreve a asomarse a ese infinito, sobre las peñas afiladas que parecen surgir de la tierra como una proa apuntando hacia la eternidad. Esa verticalidad que canta Battiato, la linea verticale ci spinge verso lo spirito. El accidente geográfico se convierte en mirada, en un poso literario, en evocación, a pesar del ruido de los espacios masificados, porque ahí arriba llegamos todos, los que vociferan haciéndose un selfie en el peñasco más alto y rugiendo más que el propio viento, y esos otros que respiran el olor de la tierra, se mimetizan entre las rocas y contemplan en silencio el milagro de la naturaleza.

Castilla la Vieja, así rezaba este espacio geográfico en el que ahora me muevo, en aquel hule de la abuela que se extendía sempiterno en la mesa de la cocina, desgastado y lleno de pequeños cortes que laceraban toda la península Ibérica. Serpenteo lenta la ladera y desciendo hasta San Martín del Castañar, y luego hasta Miranda del Castañar. Castilla la Vieja. Castilla la fuerte; lo dicen sus pueblos de calles de piedras, solo aptas para pies firmes; los pórticos con escudos, engastados y desgastados, de las fachadas; lo dicen sus castillos desde los alterones, que ya no otean enemigos pero sí fatigan al turista; lo dicen sus mañanas húmedas y frías, que hacen hormiguear dolorosamente las manos a la intemperie; y lo dice la noche, que se abre en un infinito universo, despejada y llena de estrellas, en un alarde de que la historia aún le resulta leve a su existencia.



Va pesando la tarde, pero queda encontrarse con el meandro del Melero, uno de los espectáculos naturales más hermosos de Las Hurdes, conocida y olvidada por su miseria, hoy es un reclamo por belleza natural, por su legado histórico y sus pequeñas villas, que en sí mismas son un legado cultural. El río Alagón se ahonda insidioso entre las sierras y forma una especie de herradura casi cerrada. No hay nada más que decir, solo contemplar. Las sierras proyectan los últimos rayos de luz hacia el cielo y dejan el valle entre sombras. 



A veces, se hace demasiado tarde para regresar y se está demasiado lejos de cualquier parte, así que hay que encomendarse a la suerte, a los azares, buscar un lugar en la nada, o que la aparente nada se revele como una especie de oasis en el desierto. Así se reveló Hervás en ese instante de cansancio, cuando a la espalda ya le cuesta mantenerse erguida, los pies no saben qué pedal del coche pisan y los párpados pesan como mantas de polvo. No reparo en el lugar, llego hasta allí casi por inercia, solo soy consciente de un cuarto de baño espacioso y de una cama con un cómodo colchón. Mañana será otro día.

La hospedería del Valle de Ambroz es un lugar con encanto, eslogan de todas las hospederías y paradores del país, y que Houellebecq remarca, en su última novela 'Serotonina', como tales. Y el lugar con encanto se diferencia del hotel de cinco estrellas precisamente en eso, en su encanto, en su encantamiento. El encantamiento de este antiguo convento de trinitarios, casi totalmente destruido en el siglo pasado, reside en sus espacios recreados, reconvertidos, reconstruidos. La hipnótica sensación de vivir en otro tiempo, de entrever el pasado entre los renovados muros del presente: antiguo claustro convertido en diáfanas galerías, un patio acristalado y bañado por el agua... No hay parador u hospedería que no se sume a este encanto de transformación: fuentes, escaleras cuyas balaustradas guardan huellas digitales de siglos, techos decorados con pinturas, artesonados... La belleza arquitectónica del lugar consiste en ese logro: la pervivencia de lo que fue con lo que actualmente es, un lugar con encantamiento.




Concluye el viaje con un paseo por Hervás, pueblo de las dos culturas, en donde convivieron judíos y cristianos. Luego, los primeros fueron expulsados, remitámonos a la Historia. La paradoja actual: esas calles que ya no son de nadie, ni de judíos ni de cristianos. La despoblación y asentamientos más confortables dejan vacías las casas y esas calles angostas que suben y bajan y hacen temblar las pantorrillas. Aún hay paraísos en Extremadura, un ejemplo de resistencia, de piedra angular que se resiste a ser pulida y reconvertida en consumo de masas. Resiste salvaje y hermosa, atrayente y hostil, acogedora y esquiva... Y ahí es donde reside su encantamiento.


El río que nos lleva

Mayo estalla en Monfragüe. La luz de la tarde se rompe entre las espesas horquillas de las encinas. Los montes blanquean moteados de jaras...