En la empinada subida hacia el castillo de Monfragüe, hay un árbol cuyas cicatrices dibujan un mapa a lo largo de su tronco. Lo supe descarnado, casi muerto, tiempo atrás. El tronco de los alcornoques, cuando se les despoja de su corteza, en época de descorche, se vuelve rojo, de un rojo vivo e intenso, como la piel despellejada. Luego se oscurece, como la herida cuando hace costra.
Todo árbol se parece a su dolor.
"Nada hay como el abandono de la costumbre y del hogar, el desdén de lo confortable, la ruptura con la monotonía del existir". Javier Reverte
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domingo, 5 de mayo de 2019
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