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domingo, 29 de julio de 2018

Un corto viaje

Hay viajes que requieren muchos preparativos: maletas, rigidez de horarios, reservas de alojamiento... Cada vez me atrae más el pequeño viaje, ese que no precisa de más equipaje que una maleta del tamaño de un cajón. No más de dos o tres días.

"Viajar en coche es de pobres", me dijo en una ocasión un amigo cuando me preguntó que en qué había llegado a su ciudad, y yo contesté, orgullosa y contenta de mis aciertos en ruta, que en mi coche. La libertad que me ofrece mi propio coche para viajar no la cambio por el avión y su primera clase (en una ocasión, desde Bogotá a Caracas, viajé en primera clase, por error, pero experimenté qué es eso de viajar en primera clase). Nada que ver con la primara clase de mi asiento frente al volante y que es algo así como el cuarto propio de Woolf: imprescindible e irrenunciable. Tener la oportunidad de poder detenerme en mitad del camino y reanudar la marcha a mi antojo tantas veces quiera, de ir en silencio o con música, de llevar temperatura climatizada o de bajar las ventanillas y que entre el olor límpido de la mañana, en donde los efluvios son puros y reconocibles: olor a agua dulce, olor a la cercanía del mar, olor a monte, olor a uvas maduras... O la brisa del caer de la tarde, en donde la densidad del día y de las horas se mezcla en un aroma intenso y espeso; esa hora en la que la luz mengua como una lamparilla a medio gas, en la que todo empieza a ser espectro e invita a buscar un lugar para descansar. Sí, el coche propio proporciona esa libertad y esos instantes oportunos, un sibaritismo metafísico que nada tiene que ver con los placeres caros como comer ostras en el restaurante más famoso de la ciudad, ni desayunos con champán en tu propia suite, ni el café más caro del mundo en San Marcos de Venecia con un violinista detrás. El sibaritismo de mi viaje consiste en otra cosa: llegar a rincones para esperar una puesta de sol; cambiar deliberadamente la ruta, pudiendo girar aquí o allá movida tan solo por el atractivo nombre de un lugar, casi siempre anónimo, en donde no hay museos, ni palacios, ni conjunto monumental; detenerse, en donde, a veces, no hay ni gente, solo tiempo detenido, y pueblos hundidos bajo metros de profundidad acuática, y lluvia amarilla vertiendo renglones de tierra roja sobre viejas paredes de cal, y la primavera enredada entre los muros de piedra, en un abrazo eterno y mortal.

Es la dimensión atemporal del viaje. No saber muy bien si el tiempo se dilata o se detiene, porque carece de importancia la puntualidad, incluso la necesidad de alimentarse. Cuando lo que sale a nuestro encuentro en el camino nos hace olvidar la necesidad de comer, es que estamos ante un espectáculo sublime: en un instante de luz impagable, el curso de un río, el vuelo de un ave... Ese momento en el que el viaje ha merecido la pena. Cuando nos hallamos en ese instante, suele suceder algo que nos hace decir eso: solo por este momento, ha merecido llegar hasta aquí.

Se dice que no hay rincón de nuestra geografía que no haya adjetivado Josep Pla. Qué excesivos somos para todo, hasta para darlo todo por adjetivado y descubierto, cuando lo cierto es que nada es igual a los ojos de alguien, ni la percepción del paisaje, ni del espíritu de la gente... Todo es susceptible de volver a adjetivar, de volver a ver, de detenerse, porque la mirada no es única ni inmutable, como no lo somos nosotros ni nuestras circunstancias. 

Vuelvo sobre el rastro de otros viajes, sobre el mismo camino que una vez anduve, y todo cobra otra luz, otra dimensión, otra mirada; la de ese ángulo que intenta encontrar la luz perfecta para el reflejo perfecto y que requiere su tiempo y su espera. Nómadas que buscan los ángulos de la tranquilidad, canta Battiato. Hay algo que me invita a detenerme y prenderme en el paisaje; al río, a la roca, a las siembras, a las ruinas, a la gente...  Será que ya no voy a ninguna parte, y eso, tal vez, es lo que hace tan especial ese corto viaje y esos lugares a los que llego o me acogen sin saber de dónde procedo ni cuánto tiempo me voy a quedar.



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